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Diseño del programa de fertilización de la plantación en pistacheros jóvenes

Diseño del programa de fertilización de la plantación en pistacheros jóvenes

Los análisis foliares, de agua y suelo fueron los aspectos tratados en la primera parte de este trabajo con el objetivo fundamental de conocer la situación de partida de la plantación. En esta segunda parte se afronta la fertilización inicial, es decir, la que debería realizarse antes de la plantación y durante los años siguientes, mientras se lleva a cabo la poda de formación de los árboles.

J.F. Couceiro1, M.J. Cabello1, D. Pérez2, S. Armadoro1, E. Martínez1 y J. Guerrero3. 1Centro de Investigación Agroambiental El Chaparrillo (CIAC) (IRIAF). Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. 2Escuela Superior de Ingenieros Agrónomos. Universidad Politécnica de Madrid. Departamento de Producción Agraria. 3Empresa de asesoramiento OMNIApistachos.

Plantación joven en Villafranca de los Caballeros (Toledo).

En fruticultura, la fertilización de­pen­de de numerosos factores: producción, textura y profundidad del suelo, orografía y climatología de la zona, edad y manejo del árbol, fe­no­logía de la variedad, etc. Conocer cada uno de ellos para lograr una pro­gra­ma­ción de abonado perfecta sería una labor harto complicada.

Como se ha señalado anteriormente, para el caso de un pista­chero adulto (séptimo año de injerto) una ana­lí­ti­ca de sus hojas durante el periodo julio­/agosto nos indicará, con bastante aproxi­ma­ción, el verdadero estado nutricional del árbol y la situación en la que se en­cuentran los elementos en el suelo; sin embargo, para conocer las necesidades de los árboles jóvenes, tendremos que re­currir a una analítica del suelo o extra­po­lar las necesidades de otras especies tradicionales similares a las del pistachero (como el almendro).

Algunos de los factores que deberían te­ner­se en cuenta, desde el principio, para diseñar un buen programa de abonado serían los siguientes:

  • Cuadro I. Composición media de estiércoles de diferentes especies (%).

    Dosis. Ajustadas a la demanda de los árboles mediante un control de las ana­líticas foliares y de suelo.

  • Momento. Cuando la absorción radicular se encuentre en máxima actividad.
  • Lugar. El abono debería localizarse donde se encuentren las raíces o, al menos, su mayor densidad.
  • Tipo de fertilizante. Eligiendo los más apropiados, es decir, aquellos que maximicen la absorción y minimicen las pérdidas.
  • Manejo del riego. Los riegos excesivos podrían lixiviar determinados nu­trientes hacia las zonas situadas por debajo de la zona radicular.

 

Antes de la plantación

Cuadro II. Composición media en materia orgánica de diferentes tipos de compost.

Es aconsejable un buen abono de fondo1 sobre el terreno de la plantación2 para, posteriormente, mezclarlo con el mayor volumen de suelo al objeto de elevar las reservas de nutrientes y mantenerlas en unos niveles óptimos el mayor tiempo po­sible. El estiércol (cuadro I), el humus de lombriz o el compost3 (cuadros II y III) se­rían algunas de las posibles alternativas.

Si optamos por el estiércol, las cantidades podrían oscilar entre las 15 y las 40 toneladas por hectárea según la textura (cuadro IV) y la profundidad del suelo (Couceiro et al., 2017c). Lo ideal sería mezclar bien esa cantidad con el suelo, antes del establecimiento de la plantación con aperos que puedan llegar a los horizontes más profundos. No obstante, para repartir ese abono de forma homogénea, lo más probable es que tengamos que prolongar la operación a lo largo de va­rios años una vez efectuada la plantación, al menos hasta el segundo año de la misma.

Cuadro III. Valores orientativos de algunos parámetros agronómicos de un compost medio.

A partir de ese año las labores para incorporar el abono deberían ser más superficiales a efectos de causar el menor daño posible a las raíces, sobre todo en la zona más cercana al árbol. Después del cuarto o quinto año del injerto y para las sucesivas aportaciones de materia or­gánica (cada cinco años4, aproximadamente), las labores deberían realizarse a unos 20 cm de profundidad como máximo, por lo menos en los terrenos de escasa profundidad (30/40 cm).

Tanto el abono orgánico como el mineral también pueden ser localizados en zanjas o en hoyos. En el caso del humus, al tener un mayor coste que el estiércol, la mejor forma de incorporarlo con mayor eficacia sería dejarlo lo más próximo a las raíces del árbol, por ejemplo con do­sis de unos 5 o 10 kilos por hoyo. No obs­­tante, las raíces de los árboles con más de cuatro o cinco años ya comienzan a explorar el suelo de las calles y sería deseable que en esa zona pudieran encontrar una buena provisión de nutrientes.

Cuadro IV. Aportaciones orientativas de un estiércol medio y su periodicidad en función de la textura de los suelos.

Si optamos por una plantación en hoyos lo me­jor sería realizarlos con pala en vez de con ahoyadora5. En este caso, el estiércol podría localizarse debajo de las raíces o también en zanjas cercanas a las hileras de árboles. En el caso del hoyo debemos hacerlo con la precaución de que no haya contacto directo con las raíces, es decir, una vez alojado el abono en el fon­do echaríamos tierra hasta cubrirlo completamente y luego procederíamos a la plantación del árbol.

El cuadro V refleja las dosis orientativas en kg/ha de macronutrientes para un abo­nado mineral de fondo en función de la textura del suelo.

En árboles jóvenes

Tras el injerto, los cinco años siguientes se dedicarán fundamentalmente a la po­da de formación y, por lo tanto, durante ese periodo la producción no debería ser prioritaria.

Nitrógeno

Cuadro V. Dosis orientativas (kg/ha) de abonado mineral de fondo en función de la textura del suelo.

Los estudios californianos ya mencionados parecen confirmar que los árboles jó­venes de pistachero requieren más nitrógeno que los demás frutales. No obstante, para las zonas productoras de la Pe­nínsula Ibérica se ha considerado que las necesidades en este elemento durante los primeros años se encuentran suficientemente cubiertas (cuadro V) tras el abonado de fondo efectuado con estiércol antes de la plantación.

Sin embargo, si fuera necesario y con in­de­pendencia de la edad de los árboles, la época más adecuada para abonar con este elemento sería desde la primavera hasta el inicio del verano. En cuanto al tipo de abono, mejor granulado que líquido por el riesgo de daños por quemaduras en el sistema radicular. El granulado es aconsejable incorporarlo sobre la su­perficie humedecida de cada uno de los goteros, los cuales irán aumentándose en número en función del tamaño del árbol6.

Fósforo y potasio

Si en las labores previas a la plantación se ha realizado una buena enmienda or­gánica, es probable que las necesidades de estos elementos estén totalmente cu­biertas hasta la edad adulta. En cualquier caso las analíticas foliares siempre nos sacarán de cualquier duda al respecto.

Notas de los autores

1 Orgánico (ecológico o convencional) y/o mineral.

2 Con una abonadora centrífuga, por ejemplo.

3 Producto formado con diferentes materiales de origen orgánico que han sido sometidos a un proceso de fermentación denominado compostaje.

4 Las periódicas enmiendas orgánicas serían compatibles con las dosis anuales de abono mineral. No obstante, serán los análisis foliares regulares los que nos indiquen los ajustes que tengamos que realizar a la hora de establecer las dosis de ambos tipos de abonos.

5 Incluso en los suelos ligeramente arcillosos existe el riesgo de que se formen hoyos con un nivel de cementación de sus paredes suficiente para que las raíces tengan dificultades en traspasarlas, terminen desarrollándose en círculos alrededor del tronco dentro de sus límites y el árbol acabe muriendo por inanición a medio plazo.

6 Durante el desarrollo del primer año del injerto o del primer verano de la planta injertada, con un gotero separado del árbol a unos 40/50 cm sería suficiente. Posteriormente, podemos ir añadiendo más goteros hasta el quinto o sexto año, momento en el que ya deberíamos extender dos tuberías con goteros continuos a uno y otro lado de la hilera de árboles (Couceiro et al., 2017a y b).