La popularmente conocida como “uva de barco” paseó el nombre de Almería por los principales mercados del mundo desde principios del siglo XIX hasta la década de 1980. Aquella uva dorada y con piel gruesa era capaz de soportar, sin ver alteradas sus cualidades, largas travesías por mar para ser consumida meses después de su recolección en las mejores mesas de Nueva York, Chicago, Londres o San Petersburgo. Fue la variedad Ohanes, nombrada así por el pueblo alpujarreño donde se inició su cultivo, la que se ocultaba tras la denominación genérica de “uva de barco” o de “Almeria grapes”, como se la conocía en el resto del mundo.
ARMANDO GARCIA. Periodista agrario
Durante más de un siglo, se sucedieron en vano los intentos para desbancar la uva almeriense de los mercados. Viajeros de todo el mundo visitaban Almería para localizar los mejores esquejes de la variedad Ohanes, la más cotizada por su mayor aguante para la exportación, y plantarlos en sus países de origen con la esperanza de clonar la industria uvera de Almería que dio de comer a toda la provincia durante sus décadas de esplendor, mucho tiempo antes de que apareciera la agricultura de invernadero.
Tan abundantes eran las ganancias que generaba la uva de barco de Almería y tan contundente su dominio de los mercados internacionales que un grupo de emprendedores británicos instalados en la recién independizada Australia intentó a finales del siglo XIX implantar una potente industria uvera en los territorios con un clima similar al de Almería. Tuvieron la paciencia de esperar la llegada de “uva de barco” en el puerto de Londres para trasvasar la carga a otro navío que la conduciría hasta Australia. Cuando las uvas desembarcaron en suelo australiano siete meses después de su recolección se encontraban en perfectas condiciones. Fue la señal inequívoca que les hizo vislumbrar un potencial negocio que, sin embargo, fracasó al poco tiempo.
Aunque la producción de uva de barco almeriense fue un éxito agronómico en Australia, los emprendedores del nuevo país nunca aprendieron a envasarla en barriles con serrín de corcho de la misma forma que lo hacían las adiestradas manos de las mujeres almerienses. La original receta del embarrilado fue el secreto mejor guardado de la “uva de barco” y también su condena a muerte. Con la invención del frío industrial y la aparición de barcos frigoríficos, la “uva de barco” no tuvo más remedio que ceder el paso a otras variedades con pieles más finas procedentes de otros países. La falta de interés general en una reconversión varietal y las acertadas gestiones comerciales y de logística de los nuevos competidores relegaron casi al olvido a la legendaria uva de Almería, la misma que durante más de un siglo se convirtió en el postre de lujo que no podía faltar en las mejores mesas de Estados Unidos para el “Día de Acción de Gracias”, la misma con la que “Jack El Destripador” engatusaba a sus víctimas en los oscuros callejones del distrito londinense de White Chapel, la misma que obligó al gobierno danés a nombrar un cónsul permanente en Almería para garantizar que no faltaran envíos a Dinamarca durante el invierno para prevenir problemas de salud y que la población tuviera acceso a fruta fresca cuando las heladas arruinaban las ya de por sí escasas cosechas de pera y manzana.
Ya quedaron atrás para siempre los barriles con serrín de corcho y las decenas de barcos esperando en el puerto de Almería a hinchar velas para llegar cuanto antes a sus destinos con tan preciada carga. Sin embargo, la “uva de barco” no ha desaparecido y comienza un tímido renacer impulsada gracias a la mejor baza comercial que tiene Almería actualmente: su bonanza climatológica. En la Finca Los Frailes, en Alhama de Almería, la variedad Ohanes comienza a recolectarse desde mediados del mes de octubre, justo cuando los operadores internacionales de fruta comienzan a quedarse sin oferta de uva italiana. Es entonces cuando la uva de Ohanes recupera el protagonismo y viaja a diario desde Alhama de Almería a los principales mercados mayoristas de España, Francia o Alemania.
Por el momento, la producción es escasa e insuficiente para atender la demanda, que no deja de crecer. En total, hay en cultivo 15 hectáreas que producen la variedad Ohanes, la Autumn Black y también otras variedades apirenas (sin hueso). “Todas las variedades se venden muy bien porque no hay oferta y tenemos la oportunidad de llegar al mercado en un momento en el que apenas tenemos competidores”, explica satisfecho Sebastián Marín, propietario de la Finca Los Frailes y un profundo conocedor de la “uva de barco” desde que era un niño y comenzó a ayudar a su padre en las labores del campo.
La horquilla de producción es muy amplia, gracias a la sabia combinación de variedades. La finca comienza a producir uva a finales del mes de julio con las variedades más tempranas y termina el ciclo de producción a finales de diciembre con las más tardías. Este calendario tan amplio solo es posible con las condiciones climatológicas de la zona. “Tenemos un clima privilegiado, sin riesgo de heladas y con una buena aireación que disminuye el riesgo de sufrir enfermedades propias del parral como es el oidio”, añade Sebastián. La creciente demanda de uva le ha permitido a Sebastián generar seis empleos fijos durante todo el año en una zona rural donde no abundan precisamente las oportunidades de empleo.
Ensayo para la mejora varietal
Las buenas perspectivas comerciales han animado a Sebastián Marín a ampliar la producción, tanto en cantidad como en calidad. Después de varios años buscando información, ha dedicado una de las fincas a realizar un ensayo agronómico con diferentes cepas de uva de Ohanes. Su objetivo es estudiar las cualidades productivas y organolépticas de cada cepa para realizar cruces y mejorar, aún más si cabe, la uva de Ohanes. “Estoy muy ilusionado con este ensayo, ya que estoy probando el comportamiento de cepas que he recogido en diferentes puntos de la provincia, buscando la pureza original de la uva de Ohanes después de tantos años en los que se ha producido una diversidad genética muy grande”, explica el propietario de la Finca Los Frailes.
Cuando finalice el ensayo, Sebastián tendrá en sus manos un material genético muy valioso que producirá en fase comercial para ampliar la selección de variedades que ya está exportando actualmente. “Personalmente, me encantaría ser el precursor de una nueva etapa en la historia de la uva de Ohanes, porque actualmente somos muy pocos los productores que tenemos la oportunidad de acceder a esa ventana comercial que durante unos meses al año demanda nuestra uva, pero este panorama puede mejorar en unos pocos años y generar de nuevo trabajo y riqueza a los mismos pueblos que durante dos siglos vivieron en exclusiva de la exportación de uva y que por su ubicación y clima se quedaron fuera de la agricultura de invernadero”, explica Sebastián.
La Finca Los Frailes está siendo pionera en la recuperación comercial de la uva de Ohanes, gracias a que Sebastián nunca se dio por vencido y no abandonó la producción de uva autóctona en los años de la crisis. Cuando en la década de 1980 llegaron las ayudas públicas para el arranque de los centenarios parrales, él decidió apostar por nuevas variedades y diversificar la producción de la finca, que desde entonces simultanea el cultivo de uva de mesa con el de frutales como ciruelos, melocotoneros, albaricoques y granados, además de olivos y almendros. Abarcando un pequeño valle en un entorno idílico y con unas vistas privilegiadas, la Finca Los Frailes produce todo el año y en ella no descansan las labores agrícolas. Los emparrillados de alambre sobre viejos troncos dan soporte a cientos de enormes y dorados racimos de turgentes uvas que esperan pacientes a ser recolectados. Se trabaja como antaño, sin apenas mecanización, dejando que la naturaleza haga su trabajo y que el sol endulce la fruta. Gracias al encomiable trabajo de Sebastián, vuelve a hacerse realidad aquel viejo eslogan publicitario que rezaba: “uva de Almería, puro néctar y ambrosía”.