Cerca de Villacarrillo (Jaén), en las inmediaciones de Sierra Mágina, se encuentra el cortijo El Empalme: 300 hectáreas de olivar donde Francisco José García de Zúñiga cosecha picual y arbequina bajo la premisa de conservación de un negocio familiar que desde 1907 se dedica al sector del olivar, y que forma parte de una de las zonas que más aceite produce en España.
Carmen Sánchez. Periodista
En el inicio de la actividad de la finca, hace un siglo, el olivar no era la única actividad desarrollada. En sus tierras se cosechaban otros cultivos como el trigo, e incluso practicaban ganadería. Sin embargo, la realidad económica ha hecho que actualmente la producción se centre en la aceituna. Desde 2009, la crisis económica también ha afectado a este sector. “Tenemos una crisis de precios. Ha habido una caída de la rentabilidad y en consecuencia se ha abandonado una parte del cultivo porque no se podía mantener”, argumenta Zúñiga.
“El objetivo es vivir de mi trabajo” -cuenta el agricultor – “y para ello, tiene que ser rentable. La realidad agrícola es distinta al resto de realidades económicas. Aquí intervienen otros factores que hacen que aguantes en este trabajo: el cariño, la tradición, una forma de vida… Pero al final siempre hay un balance económico”.
Además de esto, Zúñiga es muy consciente de que la actividad agrícola en general y el sector olivarero en particular es una actividad a medio-largo plazo y que no es para nada constante. El olivarero compara este trabajo con una campana de Gauss: el momento cumbre es en la recolección, cuando puedes contratar a unas 30 personas, y el momento valle es el verano. “Esto no es una fábrica de tornillos, es un trabajo estacionario, aunque yo procuro que el valle no sea muy pronunciado”, explica.
En su finca, Francisco José García de Zúñiga cultiva olivos cuyas edades oscilan entre los tres meses de edad y los 150 años. Confiesa que la edad de las plantaciones influye mucho a la hora de la producción. “Los árboles jóvenes son mucho más vigorosos y mucho más productivos que un olivo envejecido, que ya ha pasado su periodo de madurez”, aclara.
Marco de plantación: clave en la producción
En cuanto al marco de plantación, son dos tipos los usados en este caso: el tradicional, de 10×10, y el intensivo, de 7×5. El marco de 10×10 (100 m2) se constituye por árboles de tres pies, mientras que el intensivo (35 m2 por parcela) son árboles de un solo pie. “Al final, en una hectárea, tenemos el mismo número de pies. Lo que hemos hecho es una evolución, cambiar la forma. Son el mismo número de pies, pero la producción del 7×5 es mayor”, cuenta el agricultor. La razón de que esto suceda es que el olivo fructifica en la madera del año anterior y aquí es muy importante la luz. En igualdad de condiciones (mismo riego, misma poda, mismo abonado, mismo terreno…), por cuestiones “fisiológicas, biológicas y matemáticas, hay una proporción mayor a igualdad de gastos”. Un árbol de un solo pie tiene que competir menos por los recursos naturales que uno de tres.
Esta plantación se sustenta en un suelo denominado campiña: un suelo profundo, de tierras negras o, paradójicamente, blancas, con una gran capacidad para la acumulación de agua. El agua, precisamente, puede presentar uno de los mayores problemas en la producción. La media pluviométrica en la zona se encuentra en 500 litros y de ella depende directamente la abundancia de la cosecha.
El abono, a demanda del árbol
El uso del abono que Francisco José hace en su finca se determina según las necesidades del árbol en cada momento. Para saber cuáles son, previamente realiza exámenes foliares, que hace cada año en el mes de julio con una muestra representativa de las fincas. Además, tiene mucho en cuenta, al margen de estos análisis de carácter más estrictamente científico, el aspecto del árbol. “Hay que ver cómo están los olivos visualmente”.
De esta misma manera, el agricultor expresa que hay que convivir con las malas hierbas que puedan surgir en el terreno. “Una mala hierba no deja de ser una hierba, con sus épocas de nacimiento y sus ciclos biológicos”, cuenta. El problema aquí surge porque estas plantas compiten por los recursos naturales con el árbol. “Si las malas hierbas consumen la humedad, el árbol no la tiene a su disposición y no produce lo que debería”. Llegados a este punto, Zúñiga se pregunta sobre la estrategia a seguir. ¿Un herbicida que las seque todas?
El olivarero aboga por tener el ruedo del olivo más o menos limpio con herbicidas de contacto y preemergencia una vez al año, así como tratar el centro de la calle con herbicida (que cada vez usa menos por motivos de dinero y residuos) o bien picando la hierba con desbrozadoras. “Procuramos tenerlas controladas a un tamaño medio para que no compitan con el olivo”, expone. “Estas técnicas tienen el inconveniente de la maquinaria, que tienes que pasar dos o tres veces al año, pero evitas el uso de herbicidas y además dejas una cobertura vegetal que protege el suelo de la erosión”.
A esta cobertura vegetal de las malas hierbas se le une la de las hojas que caen del olivo. Esto, además de ofrecer un revestimiento que protege de la erosión de las lluvias, da al suelo una riqueza elevada en materia orgánica, lo cual actúa a favor del árbol.
Plagas, enfermedades y la calidad del aceite
En cuanto a las enfermedades que afectan a este cultivo, la peor en la variedad picual (la cultivada en este caso) es el repilo, un hongo que se mete en la hoja, la parasita, la seca y hace que se caiga. “El problema”, explica Zúñiga, “es que la hoja es la fábrica desde donde se produce la aceituna. Como es un hongo, prácticamente no se cura, si no que hay que prevenirlo con fungicidas, básicamente cobre, con una capa que lo protege de este hongo”.
Otra de las enfermedades que más afecta al olivar es la verticilosis que, a diferencia del repilo, es un hongo que afecta al suelo y, por tanto, a las raíces. “Estrangula los vasos y no deja la que savia circule, lo que hace que el olivo se deprima y acabe muriendo”, define el agricultor. “La dificultad en este punto es que el hongo se encuentra en el suelo y aunque quites el olivo y pongas otro va a pasar lo mismo”. Esta enfermedad, tiene difícil cura, con lo cual lo mejor es prevenirla. Existen técnicas culturales para que el hongo no se extienda y tratamientos químicos para controlarlo hasta cierto punto.
A nivel de plagas, las que afectan a este cultivo de una manera más importante son dos: el prays, en primavera, y la mosca, en otoño. Prays es una polilla que afecta a hojas, flores y frutos. Pone sus huevos dentro de la aceituna, cuando el hueso todavía es carnoso, y se alimenta del mismo. Cuando crece, sale y provoca la caída temprana del fruto. La plaga comienza en primavera, durante los meses de abril y mayo, pero los efectos, que pueden ser “devastadores”, no empiezan a verse hasta otoño, cuando la aceituna ya está madura y afecta a la cantidad de la cosecha.
La plaga de otoño, la mosca, hace sus puestas en la pulpa. No afecta a la cantidad, pero sí a la calidad de la cosecha y, por tanto, del aceite. Para Zúñiga, no es tanto un problema del olivarero sino del almazarero, ya que el agricultor obtiene la misma cantidad de aceitunas. “Estas dos plagas son las que controlamos cada vez más”, manifiesta, “porque nos afectan mucho económicamente. Son plagas muy ligadas a las condiciones climáticas, ya que con demasiado calor o demasiado frío, se mueren, con lo cual la mejor manera de combatirlas es el propio tiempo”.
Con todo esto, el cultivo de olivar es algo de lo que depende el azar, pero también un cuidado continuado durante todo el año para que la cosecha sea la mejor posible y lo más rentable para el agricultor.