Un “mar de olivos” te recibe cuando llegas a Jaén. De los 2,5 millones de hectáreas de olivar que hay en España, en torno a un 25% se encuentra en esta provincia andaluza. El sector olivarero goza de buena salud y es una de las mejores cartas de presentación de España frente al mundo. Mucha responsabilidad de ello la tienen empresas como Castillo de Canena que con más de dos siglos de historia han sabido combinar a la perfección tradición e innovación.
Con 1.500 hectáreas de olivar, todos los factores les son favorables para poder elaborar un aceite de oliva de la mejor calidad: un terreno colinoso y una estructura edafológica ideal para olivar, una diferencia de hasta 200 metros entre las zonas más altas y las más bajas de la finca, y un suelo franco arcilloso. Otros aspectos han sabido moldearlos con el tiempo: elección de variedades –la mayor parte Picual y Arbequina, y dos pequeños pagos de Royal–, gran parte de la plantación en semi-intensivo de 7×7 a un solo pie, y todo en riego localizado para garantizar cosecha y calidad.
El trabajo y esfuerzo de la familia Vañó –los responsables de Castillo de Canena– y la pasión que demuestran por su olivar han hecho el resto para convertir a su explotación en una finca modelo con la apuesta por la innovación en todo el proceso y el compromiso con la sostenibilidad como premisas claves.
Más de dos siglos de historia
Corría el año 1780 cuando lo que hoy se conoce como Castillo de Canena empieza a involucrarse en el mundo del olivar. A finales del siglo XIX se convirtieron en aceiteros y más recientemente, en 2003 y de la mano de Paco y Rosa Vañó, comienzan a producir aceites de alta gama. Durante más de dos siglos Castillo de Canena no ha parado de evolucionar hasta convertirse en una empresa modelo y pionera en toda la provincia.
Con una producción media que la campaña pasada se situó en los 8.000 kg/ha y un equipo de 80 personas, lo tienen claro a la hora de fijar una meta en mente: “convertirse en el primer grupo a nivel mundial en producción y comercialización de aceites excelsos sobre la base de la innovación”, asegura Paco Vañó. Con un 75% de su producción destinada a la exportación, consumidores de 53 países ya disfrutan de sus aceites, principalmente en Japón, EE.UU, Reino Unido y Alemania.
La innovación, clave para el desarrollo
La prioridad de Castillo de Canena pasa por seguir apostando por la innovación. Innovación desde el campo –desde que la aceituna no es aceituna sino flor– hasta el producto final. A veces no es fácil innovar en un producto con 3.000 años de historia pero el empeño de Castillo de Canena ha conseguido cosechar muy buenos resultados.
En campo, cuentan con parcelas experimentales con hasta 30 variedades y siguen profundizando en la agricultura de precisión a través de herramientas que optimizan el manejo del cultivo.
A nivel producto, trabajan para seguir asegurando que el último consumidor en el punto más recóndito del planeta sigue disfrutando de un aceite de la máxima calidad y como recién embotellado. Conocedores de que los tres grandes enemigos del aceite son la luz, el calor y el oxígeno, el producto es almacenado a temperatura controlada y conservado en una atmósfera inerte a través de inyecciones de nitrógeno que evitan la oxidación de producto manteniendo intactas las propiedades organolépticas.
Como resultado, consiguen producir aceites muy equilibrados, con mucha intensidad y personalidad, con un balance perfecto entre toques picante, amargo y afrutado, y estables en el tiempo que aguantan con las propiedades organolépticas durante el mayor tiempo posible.
“Tenemos un escrupuloso respeto por el medio ambiente”
Gran parte de ese esfuerzo en innovación se centra en el terreno de la sostenibilidad. Esta apuesta por la sostenibilidad es por convicción propia y para dar respuesta a las exigencias de un consumidor cada vez más concienciado con estos temas. “Queremos buscar la diferenciación de la finca también en este campo” aseguran sus responsables.
Desde 2011 certifican la huella de carbono, miden también la huella hídrica, han tomado medidas para incrementar la biodiversidad y colaboran con centros universitarios y de investigación para estudiar el impacto positivo del uso de cubierta vegetal para la fijación de CO2.
La importancia de la nutrición
Para conseguir estos objetivos en Castillo de Canena lo tienen claro: “Hay que confiar en firmas solventes que realmente apuesten por la innovación y la sostenibilidad”. Para seguir reduciendo la huella de carbono es necesario utilizar productos muy eficientes que aporten al cultivo los nutrientes que este realmente necesita y en el momento adecuado.
Por este motivo, desde hace algo más de un año Castillo de Canena ha confiado en Yara como casa proveedora de fertilizantes. Buscan proveedores que ofrezcan mucho más que un simple producto, sino una oferta mucho más completa que incluya una apuesta decidida por la innovación y un asesoramiento técnico cercano, en definitiva, un colaborador con el que dar respuesta a los nuevos retos.
Aseguran que la nutrición es clave para un buen desarrollo del olivo y de la aceituna, especialmente en años complicados como la campaña pasada y la fuerte sequía sufrida. Para que el árbol esté bien nutrido han comenzado a utilizar la gama de productos NPK solubles de Yara Kristalon, además de fertilizantes de aplicación foliar como YaraVita Zintrac –para el aporte de Zinc-, YaraVita Amazinc –a base de manganeso y Zinc-y YaraVita Olivo. Este último es un fertilizante foliar específicamente diseñado por Yara para el olivar y que contiene nitrógeno, magnesio, boro, hierro, manganeso y zinc. Con este producto se consigue un árbol bien nutrido y sano y, en definitiva, más productivo. Con YaraVita Olivo se corrigen carencias de los citados micronutrientes, se optimizan la asimilación de los macronutrientes presentes en el olivo y ayuda a prevenir la aparición de clorosis, malformaciones en los brotes y caída de frutos.