Ana Climent es la fundadora de Ca Climent, una startup que ha recuperado dos variedades de cacahuete valenciano en vías de extinción. La emprendedora apuesta por llevar a cabo todo el proceso de producción en la localidad valenciana de La Granja de la Costera, reduciendo en 22 veces la huella de carbono del cacahuete procedente de Estados Unidos.
Patricia Magaña
Ana Climent es la cuarta generación de una familia de agricultores valencianos asentada en la localidad de La Granja de la Costera. Periodista de formación, desde siempre sintió una gran atracción por la agricultura, actividad a la que su padre se dedicó profesionalmente, hasta que una época de crisis le empujó hacia la industria. Aun así, Eduardo Climent nunca abandonó del todo el campo, y siguió cultivando la huerta para consumo propio.
Uno de los productos que siempre sembraba eran los cacahuetes, alimento que se ha cultivado tradicionalmente en la Comunidad Valenciana, tal y como explica Ana Climent: “El cacahuete fue un motor económico para la región y es muy representativo de la gastronomía de la zona, ya que Valencia fue el primer lugar de Europa donde se comenzó a sembrar”.
De hecho, algunos escritos establecen la localidad de Puzol, y concretamente su jardín botánico, como el primer lugar en Europa donde germinó esta legumbre traída de América del Sur en el siglo XVIII por Francisco Fabián y Fuero, arzobispo de Valencia.
Fue durante la pandemia cuando la más joven de los Climent se dio cuenta del ‘tesoro’ que su familia tenía entre manos. “Como no podía ir al pueblo a por cacahuetes, los compraba en los supermercados, y me di cuenta de que, aunque en las etiquetas se denominaban como cacahuete collaret, que es la variedad autóctona valenciana, todos provenían de China o Estados Unidos -explica-. En el otro extremo estaba mi familia, que conservaba estas semillas, que se estaban perdiendo, desde hacía años”.
Así fue como Ana le propuso a su padre poner en marcha Ca Climent, una empresa para recuperar y poner en valor el cacahuete autóctono valenciano. Reto que él aceptó sin dudarlo.
El primer año, padre e hija recuperaron su propia semilla y durante el segundo ejercicio ya han recogido alrededor de 1.000 kilos de cacahuetes, mitad de la variedad collaret y mitad de la variedad cacaua, provenientes de seis hectáreas de terreno.
Además de disponer de una finca propia donde cultivan los cacahuetes que destinan a semillas para los próximos años, su modelo de negocio se basa en alquilar parcelas abandonadas a otros agricultores durante dos años, el tiempo necesario para la rotación del cultivo.
El germinar de un producto y una empresa
El cacahuete es una legumbre que se planta a finales de mayo. Las vainas se pelan a mano para obtener los granos, que se depositarán en grupos de dos o tres en cada uno de los orificios realizados previamente en los surcos.
“Una vez se planta, si no hay suficiente humedad en la tierra, hacemos un primer riego y a partir de aquí esperamos unos 20, 25 días hasta que la planta empieza a crecer y alcanza su primera floración. En esa primera floración se hace el siguiente riego, ya que es una planta que necesita pasar sed al principio para ser luego más productiva”.
Una vez polinizada, saca unas agujas que se inclinan hacia el suelo y se entierran. “Del final de la aguja es de donde surge el cacahuete, que siempre permanece sumergido en la tierra, nunca lo ves fuera”, explica Ana. Dependiendo del clima, la planta se riega cada 15 o 20 días y a finales de octubre se realiza la cosecha, “que es 100% manual”.
Las plantas se arrancan a mano y, una vez fuera de la tierra, se dejan sobre el surco, agrupadas en dos o tres, para que el sol vaya secándolas. Una vez se secan se separa el cacahuete a mano “dándoles golpes sobre una superficie rígida de madera o metal”, explica Ana.
Esos cacahuetes se meten en sacos que van directos a la ‘cambra’ o cámara ubicada en el altillo de la casa familiar de los Climent, que hace las veces de ‘fábrica’. Mientras que en la planta superior se ha instalado el secadero, en la planta de abajo se ha establecido el obrador, la sala blanca, donde se tuesta el producto, se envasa y se distribuye.
“Se hace una selección manual por si hay algún cacahuete que es pequeñito o está en mal estado. Después se lavan, se tuestan y se envasan en un embalaje compostable elaborado con almidón de maíz”.
La industrialización del cultivo
Según explica la fundadora de Ca Climent, el cacahuete, pese a ser un cultivo relevante en la Comunidad Valenciana, nunca llegó a industrializarse, al contrario de lo que ocurrió con el arroz. “A partir de los años 70 empezó a entrar el cacahuete de importación en Valencia con unos precios mucho más bajos, los agricultores dejaron de cultivarlo y eso paralizó la industrialización del producto”.
Este es el motivo por el que la maquinaria necesaria para industrializar el proceso es costosa y hay que importarla. “Nos gustaría adquirir una cosechadora que nos ayude a no tener que arrancar las plantas a mano -comenta Ana-. Se trata de un apero que se engancha al tractor, recoge las plantas y las deja en posición de secado en el propio campo. También hay una segunda máquina que separa el fruto de la planta automáticamente, eso aumentaría nuestra capacidad de producción y abarataría costes”.
Ana Climent ha sido la ganadora del programa de emprendimiento femenino Empowering Women in Agrifood (EWA) en España, organizado por el organismo europeo EIT Food. Entre más de un centenar de proyectos, diez fueron seleccionados para participar en este programa formativo y ella resultó la ganadora de un premio de 10.000 euros que invertirá en la adquisición de las máquinas que darán nuevo impulso a su empresa. Pero lo que más le motiva es la recuperación de las cualidades del cacahuete valenciano autóctono.
“Me hace mucha ilusión que, cuando una persona abre un paquete de cacahuetes Ca Climent y los huele (a veces ni siquiera tienen que probarlos), se conectan al recuerdo de los cacahuetes que hacían sus abuelos. Eso me produce mucha satisfacción, que haya gente que llegó a probar los cacahuetes de la Comunidad Valenciana y que con nuestro producto recuerden que, efectivamente, tenían ese olor y ese sabor. Porque al final son los cacahuetes que se han cultivado aquí toda la vida y no tienen nada que ver con los que se consumen hoy en día no solo en la Comunidad Valenciana sino en toda España”.