Agro-Massot es una de esas empresas con historia –suman ya más de 60 años de vida– que se ha negado a perder la esencia familiar que les caracteriza. Su clave, hallar el balance perfecto entre diversificación y especialización, todo ello con un objetivo claro: producir frutas de pepita y de hueso de primera calidad. Por eso apostaron por la variedad Pink Lady, sin duda, el gran hito que destaca en la carrera de éxito de esta empresa catalana.
Por Fernando Varés.
Josep María y su hijo Joan Carles son la segunda y la tercera generación de la familia Massot, fundadores de Agro-Massot. Los orígenes se remontan a más de medio siglo atrás cuando Joan Massot, padre de Josep María, comenzó a sentar las bases de lo que hoy es una empresa rentable y con mucho futuro. Como nos encontramos en una zona tradicionalmente productora de frutales de pepita, comenzó plantando frutales en su torre de Lleida, recién finalizada la Guerra Civil.
Aunque la especialización ha sido siempre una de las señas de identidad de esta empresa catalana, identificaron la necesidad de diversificar para optimizar al máximo la rentabilidad del negocio. Por ello, exploraron nuevas vías –a su actividad como productores de fruta se sumó la de ganaderos de engorde de vacuno de calidad, que tantos éxitos les está dando–, e introdujeron nuevos cultivos –peral, melocotonero y nectarino–. Pero siempre con un leitmotiv, ofrecer productos diferenciados con un valor añadido.
Todo este esfuerzo ha sido reconocido a lo largo de su trayectoria. Por citar solo un ejemplo, el reconocimiento recibido como “Finca Modelo” por la Diputación Provincial y la Feria Agrícola de Sant Miquel en su edición de 1971.
Especialización y apuesta por Pink Lady
Josep María pasea entre las hileras de cultivo y habla de ellos con una inusual pasión. Su explotación suma 40 hectáreas repartidas entre los términos municipales de Torre-serona y Torrefarrera.
De esta superficie, el 80% se destina a la producción de Pink Lady, 8 ha al cultivo de peral–principalmente de la variedad Conference–, y otras 4 ha de melocotonero y nectarino –de las variedades Rich Lady y Luciana R48, respectivamente–. La predominancia de frutales de pepita, y más concretamente de manzano, se debe a que nos encontramos en una zona en la que las condiciones climáticas le son muy favorables.
Tiene palabras bonitas para todos sus cultivos, pero sin duda la manzana de la variedad Pink Lady se lleva los mayores halagos y centra gran parte de nuestra conversación. Durante sus seis décadas de vida han tenido que ir adaptándose a las exigencias del mercado introduciendo nuevas variedades, pero con esta variedad parecen haber encontrado la fórmula del éxito. Además de ser una variedad muy demandada por el mercado se adapta muy bien a las condiciones de la zona.
Fue una apuesta personal en aquel momento arriesgada por la alta inversión que requería. Junto con los demás productores de la organización Fruilar, fueron pioneros en su introducción en España, un triunfo más que apuntar en la historia de la familia Massot.
Cuando hablas con Josep María y con su hijo Joan Carles se vislumbra un sentimiento de orgullo por ser productores de manzana Pink Lady. Comentan que es un club selecto que te da un nombre pero que también te exige mucho en lo que a calidad de fruta se refiere. Comenzaron a trabajar con esta variedad en 1997 y la plantación más joven acaba de cumplir los tres años. Hoy suman 20 ha, todo en intensivo y con un marco de plantación de 4 x 1,5 m.
La obtención de un producto de primera es la premisa principal que tienen en mente en todo aquello que hacen, por ello no les fue difícil adaptarse a las exigencias que les requiere ser productores de Pink Lady en cuanto a cuidado y manejo del cultivo. Saben bien que para conseguir un producto final de calidad es necesario un control exhaustivo del cultivo durante todo el ciclo. Un control que comienza con analíticas periódicas de suelo y foliares que les permiten conocer el estado nutricional del suelo y el árbol. “Es indispensable esta información, sin ella no puedes tomar decisiones”, asegura Joan Carles.
Adaptación a las condiciones adversas
Josep María asegura que tienen que luchar contra un gran hándicap: la pobreza del suelo que les sirve de sustento. No se resignan y trabajan a conciencia para atenuar esta adversidad. Para optimizar la cantidad de materia orgánica del suelo aportan estiércol previamente tratado y enriquecido. Toda su producción sigue un sistema de gestión integrada, dentro del cual se enmarcan todos los tratamientos para el control de plagas y enfermedades que realizan, así como la nutrición vegetal.
En el primer caso, para hacer frente a las plagas realizan capturas que les indican cuando tratar y recurren también a puffers para confusión sexual. Josep señala un importante avance en este sentido habiendo pasado de colocar 800 trampas por ha a tan solo dos emisores. Así consiguen controlar la carpocapsa (Cydia pomonella) y la psila del peral (Cacopsylla pyri), entre otras. Por otro lado, en función de las condiciones climáticas de cada año, a veces también realizan tratamientos fungicidas. Además, tienen cubierta vegetal entre hileras no sólo por los beneficios relativos al mantenimiento de la humedad en el suelo, sino también porque les ayuda a controlar ciertas plagas.
En cuanto a la nutrición, aseguran que la clave es aportar al cultivo lo que este necesita, cuando lo necesita y en la dosis adecuada. Para ello utilizan la información extraída de las citadas analíticas realizadas y la cruzan con los datos de producción de la campaña pasada. Así consiguen saber la aportación que deben hacer. El abonado lo realizan junto al riego vía fertirrigación y lo complementan con aplicaciones foliares en momentos críticos. El potasio es, aseguran, el macronutriente clave que nunca debe faltar, así como el calcio, muy importante en estos cultivos y que aportan vía foliar cuando es necesario.
La introducción de la Pink Lady les incentivó a innovar en materia de poda. Josep asegura que en esta labor a veces hay un cierto inmovilismo y que los agricultores se limitan a hacer lo que tradicionalmente se ha venido haciendo. Ellos introdujeron un nuevo sistema de poda traído de Francia y formaron a empleados desde cero. Para conseguir un buen número de frutos por árbol y mejorar el calibre de aquéllos que quedan realizan dos aclareos: uno químico cuando el árbol está en flor y con el que se consigue “eliminar en entre un 30 y un 60% de flores –las más pequeñas– al suelo”, y otro posterior que hacen manualmente. Así se aseguran que el fruto que terminará de completar el ciclo cumple con los estrictos controles de calidad por los que se rige la producción de Pink Lady.
Inversiones con retorno
Señalan que el riego es uno de los puntos más importantes en su explotación. Tienen todo el cultivo en regadío, totalmente automatizado y organizado en doce sectores, todos ellos bajo un seguimiento cercano que les permite saber cuándo y cuánto regar. Combinan en su explotación el riego por aspersión –que sirve como sistema de protección frente a heladas– y por goteo localizado.
Josep asegura que es posiblemente una de las inversiones más importantes, pero que un riego automatizado les permite no sólo realizar un riego eficiente para el cultivo aportando al árbol lo que estrictamente necesita, sino que les permite “ahorrar hasta un 40% en el consumo de agua”, apunta Josep.
Junto al riego, la cubierta del cultivo con mallas es otro de los aspectos en los que no escatiman en inversión y en lo que son unos pioneros, lo que les ha llevado a realizar estrechas colaboraciones con el IRTA. Eligen el color de malla adecuado según la variedad. Así, en Pink Lady recurren a mallas de color gris o blanco para favorecer la coloración de la fruta, mientras que las hileras que intercalan de Granny Smith –para la polinización– quedan cubiertas por mallas negras y bien tupidas. Cubren el 100% del cultivo de Pink Lady, lo que les permite eliminar las pérdidas por pedrisco, mejorar calidad –quemaduras de sol, rozaduras, insectos–, y así asegurar la comercialización.
Pink Lady, una demanda creciente
La recolección en Pink Lady se realiza manualmente para asegurar que la fruta no se daña y que mantiene todas sus propiedades intactas. Como en otros tipos de manzanas, se realiza cuando parámetros como los grados Brix y la dureza revelan que es el momento apropiado –entre octubre y diciembre–. Además, en esta variedad es importante el color. Se trata de una manzana bicolor donde se persigue un balance perfecto entre rosa y verde.
La producción, en torno a unos 75.000 kilos por ha de media, se destina en un 70% a la exportación aunque, aseguran, la demanda nacional de Pink Lady está experimentando un notable crecimiento en los últimos años. Las preferencias de los diferentes mercados en cuanto al calibre indica a qué país se enviará cada partida.
Su satisfacción con los resultados que están cosechando con la manzana Pink Lady marca sus prioridades a la hora de hablar de proyectos de futuro, que pasan, afirman sin dudar, por seguir apostando por esta variedad, no sólo plantando nuevas parcelas sino también renovando las plantaciones más viejas, y aumentar la producción.