Biovegen, empresa público-privada dedicada a armonizar la ciencia, empresa y financiación de proyectos, reunió a unos 300 investigadores y responsables de empresas agroalimentarias en el Fruit Forum de Fruit Attraction, donde debatieron ‘El futuro de la tecnología de las plantas’.
Durante el evento se confrontaron dos modelos de desarrollo antagónicos -el de los Países Bajos y España- pero que, sobre papel, deberían coincidir en aprovechar la misma ventaja competitiva: la apuesta por la «inteligencia».
Holanda, constreñida por la escasez de tierra agraria útil, es capaz de mantenerse como el segundo mayor exportador del mundo gracias a su apuesta por la I+D, a la que dedica el 15% de su facturación y que le permite casi triplicar el número de obtenciones vegetales del segundo Estado miembro más destacado, acaparando el 48% de todas las de la UE .
España se consolida como el cuarto exportador alimentario de la UE y octavo del mundo, con un sector que genera cerca del 21% del PIB industrial inducido pero que irrumpe en los mercados con el lastre de dedicar sólo el 0,21% de su facturación a la I+D y de depender de las ayudas públicas para llegar al 0,61%, con menos del 3% de obtenciones vegetales de Europa.
«No podemos competir ni por tamaño de empresa ni por costes, por lo que deberíamos estar abocados a hacerlo en formación e innovación, en inteligencia. Tenemos investigadores de primer orden -los terceros del mundo en publicaciones- pero caemos al puesto 19 en generación de patentes y un sector alimentario que en 2015 lideró la captación de fondos para I+D, pero la innovación sigue siendo la actividad más invisible de un sector políticamente imperceptible», sentenció Jorge Jordana, patrono director del área agroalimentaria de la la Fundación Lafer y durante muchos años director de la patronal alimentaria española Fiab.
I+D, la asignatura pendiente
Jordana, con todo, describió un panorama no tan desalentador, marcado por una apuesta por la innovación alineada con la media comunitaria, con un porcentaje de empresas innovadoras superior al resto de sectores, que genera 92.000 millones de euros en ventas y casi medio millón de empleos directos.
Un «auténtico milagro en un país que ha reducido durante la crisis un 35% las ayudas a la I+D -mientras Alemania las aumentaba un 18%-, que en 2013 no concedió ninguna ayuda a nuevos proyectos de investigación y que aún hoy tiene sin resolver la convocatoria sobre recursos y tecnologías alimentarias de 2015», se lamentó Jordana.
España, según denunció también Jordana, es el único Estado miembro que aún no ha puesto en marcha los Grupos Operativos para la Innovación Agraria aprobados en la última reforma de la PAC para el periodo 2014-2020. Sólo algunas regiones han procedido a su convocatoria pero los fondos de desarrollo rural aprobados para el periodo -alrededor de 45 millones de euros- y los decenas de proyectos que se prepararon, implicando a muchas empresas vinculadas al sector primario con escasa o nula experiencia en innovación, amenazan con perderse.
Biovegen confrontó esta realidad con el testimonio aportado por otro español, por uno de ésos científicos que protagonizan la manida ‘fuga de cerebros’ pero cuya labor es reconocida por uno de los centros universitarios de mayor prestigio del planeta, el de Wageningen. Allí, desde el Plant Research International, Gabino Sánchez Pérez dirige varios proyectos sobre mejora vegetal, asentados en consorcios público-privados con una fuerte inversión de multinacionales dedicadas a la obtención.
Revolución tecnológica para nuevas variedades
Sánchez describió la «revolución tecnológica» que en Holanda está suponiendo y que podría suponer también en España el desarrollo de nuevas herramientas en biología vegetal para la obtención de nuevas variedades. «El fenotipado automático que utiliza ahora drones o apps para móviles, el uso del doble haploide, que posibilita rescatar embriones, la edición de genomas, la selección de marcadores moleculares y las nuevas tecnologías de secuenciación del genoma -infinitamente más baratas que hace tan sólo un lustro- así como el procesamiento de esos datos con la bioinformática aplicada, nos va a permitir reducir muchos años el tiempo para la lograr variedades casi a la carta», destacó este investigador, especializado en bioinformática.
Buena muestra de los avances derivados del estudio del ADN, es la línea de trabajo que mantienen para recuperar algunas variedades de tomates -hoy reducidas a un número escaso de cultivares de élite fruto de décadas de investigación y mejora- a partir de las muestras tomadas de herbarios del siglo XIX o incluso del XVI. «Podemos escrutar en la historia de la domesticación del tomate, tomar pequeñísimas muestras de ésos documentos históricos aún ‘vivos’ que son los herbarios para secuenciar los genomas de las muestras que allí hallemos y analizar la evolución salteada en genes relacionados, por ejemplo, con la resistencia a patógenos y así facilitar cruces con plantas genómicamente compatibles», explicó el investigador.