A Manuel Ramírez Montenegro, ingeniero agrónomo y responsable de las explotaciones agrícolas familiares, la vinculación con el medio agrario le viene de lejos. Criado en una familia de olivareros, desde pequeño ha estado ligado estrechamente a la agricultura. Su padre le inculcó la pasión por una tierra y un cultivo al cual se dedica desde 2014 con esmero y dedicación plena.
Por Fernando Varés.
A las 50 has que explota directamente, en su mayoría en el término municipal de Nueva Carteya (Córdoba) –pero también en las localidades de Espejo y Castro del Río-, se suman otro centenar que asesora desde 2013 y a las que quiere trasladar las buenas prácticas realizadas en su explotación y que tan buenos resultados le están dando.
Manuel conoce bien la zona donde encontramos su olivar, la comarca de Baena, tradicionalmente olivarera y ubicada al sureste de la provincia de Córdoba. Sabe identificar el potencial de una región con grandes oportunidades pero es consciente que hay que innovar y cambiar una mentalidad tradicionalista, a veces predominante, para mirar al futuro y progresar.
Una ubicación privilegiada
Los olivos de este joven productor que no suma los 35 se ubican en un lugar privilegiado. Las fincas van desde el paraje Las Cumbres -una de las primeras estribaciones de la Sierra Subbética, a unos 600 metros de altura- hasta la campiña, en torno a unos 300 metros.
Esta variación de altura condiciona el desarrollo del cultivo. Así, en las parcelas más altas el estado fenológico del olivo varía con respecto a las zonas más bajas. La floración, por ejemplo, se retrasa hasta un mes. Además, como asegura Manuel, “en las parcelas más altas y por ser las condiciones climáticas más suaves la parada biológica es más corta. El olivo está “en savia” todo el año”. Como consecuencia, “aunque en mayo la aceituna está más pequeña que en las parcelas del valle, el tamaño se iguala durante los meses de julio a septiembre”, añade.
Otra gran diferencia entre unas parcelas y otras es el marco de plantación. Mientras que en la zona de campiña el marco es de 10×10 ó a 12 metros a tresbolillo, en las zonas más altas el marco está condicionado por el terreno y su orografía, y por tanto se trata de un esquema de plantación más heterogéneo.
La elección de la variedad más idónea
La edad media de los olivos se sitúa entre los 70 y 80 años, por lo que la poda se convierte en una labor fundamental. Llevando a cabo una poda cuidada consigue quitar la madera vieja, rejuvenecer la plantación y, como consecuencia, mantener un buen nivel de producción.
En cuanto a las variedades, y en consonancia con las que se cultivan en la comarca, predomina la Picual. Con esta variedad asegura obtener un buen rendimiento graso. Se trata además de una variedad muy productiva –y estable- y de fácil manejo. En su olivar está también representada la variedad Hojiblanca -en las zonas con suelos más calizos donde a Picual le cuesta más prosperar- y Picudo. No obstante, es consciente que son variedades más complicadas en cuanto al manejo, más veceras –gran variedad de producción entre campañas- y, además, más susceptibles a enfermedades.
Además, en Picual, a mediados de noviembre fenológicamente el aceite ya está hecho y puede recogerse, por lo que es una variedad idónea que le permite llevar a cabo una recolección temprana.
La clave de la recolección temprana
Junto a las condiciones climáticas, Manuel asegura que uno de los aspectos que más condicionan su producción es la recolección temprana. “En un olivar tradicional de secano como el mío con una recolección temprana, un buen abonado de fondo y una poda adecuada, te aseguras una buena producción todos los años”, sentencia. Con la recolección temprana Manuel comenta que se adelanta entre 15 días y un mes a lo que tradicionalmente se hace en su zona. De esta forma evita complicaciones futuras cuando las condiciones climatológicas vienen adversas. La próxima campaña, asegura, quiere contratar más gente para concentrar más la recolección.
Un buen manejo de la nutrición y la sanidad vegetal
Manuel tiene claro que conocer el cultivo al detalle es clave para poder gestionar su manejo. Por ello realiza cada dos años análisis foliares que le permiten conocer el estado nutricional del cultivo. Le interesa especialmente la información de NPK, tras las extracciones de estos nutrientes por la cosecha. Pero sobre todo presta especial atención al potasio, elemento clave para el buen desarrollo del olivo.
Esta información le sirve para poder hacer una buena planificación de la fertilización. Con ella modifica cada campaña el plan de abonado en función de los resultados obtenidos y las necesidades del cultivo. De esta forma, aunque lleva dos años recurriendo a un abono complejo con macronutrientes secundarios y micronutrientes, este año se ha decantando por un fertilizante nitrogenado con un 23% de nitrógeno, con el que también aporta calcio, magnesio y azufre.
La recolección temprana condiciona también el manejo de la nutrición. Así, Manuel realiza un abonado temprano que comienza en torno a la primera quincena de febrero. Completa el plan de abonado con una aplicación foliar en primavera de NPK y micronutrientes, y otra para aportar potasio en otoño, momento en que comienza la lipogénesis o formación del aceite –donde las necesidades de este elemento aumentan-.
Este agricultor innovador se caracteriza por tener una gran visión empresarial. No olvida que gestiona una empresa donde debe cuidar al máximo el ahorro de costes. Por eso, aprovecha los tratamientos fitosanitarios para estas aplicaciones foliares de fertilizantes.
En este sentido, combina tratamientos preventivos y curativos. Frente al repilo, alterna fungicidas cúpricos -a base de cobre o mezclas de éste con otras materias activas- con fungicidas sistémicos (en base a tebuconazol o trifloxistrobin), realizando un tratamiento en primavera y otro en otoño. En cuanto a las plagas, dependiendo del nivel de incidencia, suele tratar frente al prays (en su 2ª ó 3ª generación), no siendo el resto de plagas significativas en la zona. Estos tratamientos le permiten mantener su olivar saludable y, por tanto, productivo.
Conseguir una producción estable cada año
Manuel prima la calidad. En olivar tradicional de secano, asegura que la producción y la calidad de ésta están enormemente condicionadas por la recolección temprana y por una buena poda. Realiza labores de poda cada año para renovar y clarear el olivo. Así consigue mantener una producción estable de año en año. Una producción que ronda los 7.000 kgs de aceituna por ha de media, lo que se traduce en unos 1.200 kgs de aceite por hectárea cada año. Además, con estas prácticas ha conseguido mantener estable también la duración de la campaña de recolección.
En cuanto a maquinaria, el año pasado introdujo una novedad que le está dando muy buenos resultados. Se trata de un equipo sacudidor de ramas. “Con esta máquina consigo evitar mucha rotura de tallos y así se disminuye la merma en la cosecha del año siguiente. Es mucho menos agresivo”, asegura.
Toda su producción la destina a la almazara S.A.T. San Antonio de Nueva Carteya, que envasa su aceite bajo la marca propia Cumbres Altas. Frente a una mentalidad más tradicional predominante, Manuel opina que la clave es internacionalizarse y dar a los aceites un valor añadido que permitan diferenciarlos en el mercado. Manuel tiene una visión más empresarial del negocio y quiere llevar ese espíritu a un medio en el que a veces es difícil cambiar mentalidades y formas de gestión. “No se puede perder de vista que estamos gestionando empresas y debemos ver el retorno de las inversiones realizadas” asegura. “Tenemos la suerte de que el olivo es un cultivo muy agradecido, por lo que toda inversión realizada, el olivo te lo devuelve con creces”, añade.
El futuro pasa por la modernización
Con esa premisa, quiere trabajar para que su negocio siga creciendo. Para el futuro, frente a la creencia habitual de que crecer es aumentar superficie, sus proyectos pasan por introducir mejoras como ir transformando poco a poco la plantación a intensivo (con marcos 6×8 ó 7×7, a un pie) e introducir riego en todas aquellas parcelas en las que sea posible.
Además, este joven productor quiere progresar en consonancia con las demandas del mercado, también lo hace por convicción propia, por lo que aspectos como la innovación y la sostenibilidad son claves en su día a día. Considera que en la gestión de su finca el factor medioambiental es fundamental. Asegura que es importante no tener un suelo castigado. Por ello, en las parcelas con más pendiente y de orografía complicada, deja crecer la vegetación espontanea que más adelante secará y desbrozará. Las raíces de esta cubierta vegetal crean canales preferentes de infiltración para que cuando llueva el agua se incorpore rápidamente al subsuelo y no se escape ni una gota por escorrentía. Además, incorpora los restos de poda triturados al suelo, una práctica que lleva realizando las últimas campañas. De esta forma se mejora la cantidad de materia orgánica y además protege al suelo frente a la incidencia directa del sol, manteniendo un mejor nivel de humedad en el suelo.
Habla con orgullo de su explotación y de cómo ha conseguido aumentar el rendimiento y la calidad de la cosecha. Su dedicación y continuo interés por seguir mejorando han jugado un papel esencial en el buen desarrollo de su olivar y, por tanto, de su empresa. En los tres años que lleva gestionando el negocio familiar de forma directa, sus 50 hectáreas, asegura, son el mejor escaparate para su negocio de asesoría. “Que la gente vea los resultados fruto de unas buenas prácticas y quiera extrapolarlos a su finca es la mejor señal de que las cosas se están haciendo bien”, concluye.