Dicen que la algarroba quitó mucha hambre en tiempos de la posguerra y que, de tanto comerla en épocas de escasez, perdió el interés entre los consumidores hasta quedar relegada como alimento para el ganado.
Patricia Magaña
Sin embargo, sus propiedades nutricionales han hecho que este cultivo, en ocasiones marginal, ocupe de nuevo el lugar que merece e incluso sea considerado como un ‘superalimento’.
“Es antioxidante, sirve para tratar las diarreas, previene la osteoporosis y ayuda a la prevención del síndrome del intestino irritable”, explica Miguel Ángel Domene, responsable de Alimentación y Salud del Grupo Cooperativo Cajamar en su estudio ‘Algarrobo, ejemplo de cultivo sostenible y saludable’.
Uno de los agricultores que está devolviéndole el lustre a este cultivo típicamente mediterráneo es Pedro Pérez, dueño de una empresa familiar dedicada desde 1963 a la algarroba en Bugarra (Valencia). Junto a su hermano Enrique, han recuperado 125 hectáreas entre las comarcas de Los Serranos y Camp de Túria, para poner en valor la producción de algarroba mediterránea.
“Mi padre troceaba algarroba en los años 60 y adquirió algunas tierras porque no quería quedarse sólo en el procesado, sino que quería producir su propio producto -explica Pedro-. Pasado el tiempo, mi hermano y yo vimos la oportunidad de poner el cultivo en valor, buscar algún pozo para regar las garroferas y conseguir más producción”.
Un proyecto de ingeniería
Así fue como la familia contactó con Jorge Pi, ingeniero agrónomo especializado en ingeniería rural del estudio valenciano MasQueIngenieros, quienes analizaron las posibilidades del terreno para iniciar el cultivo del algarrobo en intensivo. “Nosotros entramos al proyecto con tres patas, la parte urbanística, la parte ambiental y el proyecto de transformación que lleva una instalación de riego bastante compleja”, comenta .
Según el ingeniero, el proyecto para convertir estas tierras en aptas para el cultivo en intensivo no fue una tarea fácil: “Urbanísticamente no era un suelo común y no se permitían ningún tipo de obra o instalación en las parcelas salvo que se recuperan los cultivos, que era la excepción. También hubo que transformar de secano a regadío pidiendo los correspondientes permisos tanto a la Confederación Hidrográfica del Júcar como la Consellería de Industria y Minas”.
Aunque fue complejo, lo consiguieron, y actualmente Pedro ha conseguido multiplicar por seis la producción: “El algarrobo en cultivo tradicional suele producir unos 3.000 kilos por hectárea, que pasan a 18.000 kilos en intensivo”, explica el agricultor.
En el campo, los algarrobos más longevos, de entre 300 y 400 años, se intercalan con las líneas de árboles para el cultivo intensivo, como explica Jorge Pi: “Su marco de plantación es de 6×7 y pueden convivir con los ejemplares más vetustos”.
Este respeto por los árboles centenarios y por el entorno ha marcado desde el principio el proyecto por varios motivos: “La recuperación de este cultivo abandonado evita la erosión del suelo y es muy respetuoso con la orografía; además, como las parcelas están muy cerca de la zona forestal, sirven de cortafuegos, protegiendo toda la masa forestal”, explica.
Cultivo espejo
Estas son algunas de las razones por las que Pedro está dispuesto a compartir todos los conocimientos generados en el proyecto con otros agricultores de su entorno, convirtiéndolo en un proyecto espejo: “Queremos que la gente crea en este cultivo, considerado ‘de fin de semana’, pero si se profesionaliza, cambia todo. Además, sus exigencias hídricas son muy bajas”, comenta.
Según Jorge Pi ,“el cultivo de cítricos está entre 7.000-8.000 m3 por hectárea/año y el algarrobo en intensivo no requiere más de 1.500m3 por hectárea/año”, esto hace del proyecto ideal para aquellos que quieren plantaciones «con necesidades hídricas comedidas y adaptado a un clima totalmente mediterráneo».
El resultado no puede ser mejor. La compañía de Pedro y su hermano ha conseguido producir entre 150 y 200 toneladas de cosecha propia, aunque trabajan con entre 12.000 y 15.000 toneladas de algarroba anuales que compra a otros agricultores.
«El 70% de la producción se destina al mercado internacional en formato de harinas y aditivos alimentarios naturales como la harina de garrofín que hacemos llegar a Centro Europa, República Checa, Sudeste Asiático, EEUU, Canadá, Inglaterra….
Además, tenemos dos plantas, una en Bugarra, donde separamos la semilla de la pulpa del troceado, y otra en la que trabajamos únicamente los troceados y hacemos productos específicos. Por otra parte, la semilla la vendemos directamente. Queremos que la foto final de este proyecto, a seis años vista, sea un campo enorme de garroferas espectacular, de unos 30.000 árboles rodeados de masa forestal y dos millones y medio de kilos de algarroba”.